Quirón, hijo de Saturno


Quirón fue hijo de Saturno en la mitología, su aspecto era el de un centauro, mitad superior hombre y mitad inferior caballo, a éste ser le fue dada la facultad de sanar, con sus manos, su mirada, su palabra. Un día, andando por un camino, se encontró con la Hidra, un monstruo mitológico de gran tamaño y fuerza, quien no medió tiempo para atacar al centauro con ferocidad; en la pelea Quirón quedó herido en su nalga derecha (en su parte instintiva, de animal), herida ésta que permanentemente supuraba y que no encontraba alivio ni sanación. Cuentan que en su caminar, siendo reconocido como uno de los mejores y más sabios curadores, se encontró un día con su hermano Zeus, a quien le suplicó que ya que él era el rey del Olimpo, y todo lo sabía, le diera alguna clave de aquella herida, que además de dolorosa, la sentía injusta, ya que él había dedicado su vida al bienestar de los demás. Su hermano le contestó: -“Tu herida es una fuente de luz y así tienes que verla, te está enseñando tres cosas que te harán un mejor sanador: 1) Saber cuánto duele la herida que curas, 2) Mostrar tu herida para, desde ella, pedir también ayuda y 3) Saber que una herida es también, y sobre todo, una oportunidad.” Cuando Quirón escuchó esto se rebeló ante lo que le pareció una tontería, para algún tiempo después morir víctima de su misma herida. Todos estamos llenos de heridas que siguen doliendo cuando la tocamos, de dolores que nos han permitido crecer y ver las cosas de otra forma. Aquí vivimos para esconder nuestras heridas y aparentar una invencibilidad o un falso poder que nos encierra en una armadura que, de sólo verla, cualquiera huiría espantado. Esta armadura se llama status, estabilidad, triunfo, éxito... y sólo esconde ese ser sensible y lleno de luz que albergamos en lo más profundo. Las heridas, de vez en cuando, nos llaman la atención, por eso vivimos encerrados en ciclos que se repiten inalterablemente para recordarnos cosas a las que, de seguro, no prestamos atención. Pero lo que sí es inevitable es que nuestra alma nos grita que aprovechemos la luz y el poder de esas heridas. Un ser herido es alguien que recuerda su humanidad, y con ella el milagro de la vida, que cuando habla ya no necesita cubrirse, ni defenderse, ni aparentar, hay demasiado dolor para eso. Es en estas circunstancias cuando los seres ofrecen lo mejor de ellos, de allí nacen las creaciones más sublimes, los amores más entrañables, las relaciones más sinceras, los pensamientos más sensibles. Con y por la herida nos llenamos de luz y ya no damos la mano desde un gigante a un enano, sino desde un hombre a otro. El gran aprendizaje de los pueblos se ha realizado en el dolor, porque éste no nos deja girar, nos mantiene ahí, en nuestra más sensible humanidad. Y sólo cuando encontramos la luz, la aliviamos y le damos paso a la verdadera felicidad, que no es otra que la transformación del dolor en luz y el miedo en cercanía. Si, te encontrarás en un momento de terror o preso en situaciones que constituyan una herida en tu vida, recuerda que detrás del miedo hay una fuente de luz, y todo esto puede constituirse en un gran regalo para tu vida. En la creación, todo es para ti, nada, absolutamente nada, es contra ti.

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