Los del Opus

FRANCISCO UMBRAL 20/01/1986

España, país de arbitristas: el último fue Escrivá / Los Escrivá, familia de comerciantes huidos en la noche de Barbastro, por evitar acreedores / Escrivá es la respuesta magistral y conservadora al nuevo progresismo jesuita / El Opus, más fáctico que el nacionalcatolicismo / Vilá-Reyes, Ruiz-Mateos, vidas paralelas (pero el Opus ha evitado que Rumasa sea un proceso a su Santa Mafia) / La aventura intelectual (y nada estudiada) de los lópeces.

España, un país políticamente caótico, lo es como consecuencia de su imaginación política. País de arbitristas, el último fue Monseñor José maría Escrivá de Balaguer, hijo de unos comerciantes de Barbastro, venidos a menos, que tuvieron que escapar nocturnamente de la ciudad aragonesa, por los acreedores y el deshonor (1). Escrivá, con todo, es el hombre que encuentra una fórmula para sustituir el imperio silencioso de los jesuitas en la sociedad española. Los jesuitas estaban ya muy denunciados por el anticlericalismo y, de otra parte, su vocación intelectual y científica ha acabado pudiendo más en ellos que su otra vocación snob, mondaine, frívola y de poderío social. Pérez de Ayala y Blasco Ibáñez escribieron buenas novelas sobre/contra los jesuitas (que a partir de Teillhard de Chardin se lanzan a la modernidad), pero nadie ha escrito la novela del Opus, entre otras cosas, porque el Opus Dei es menos novelable, apenas ofrece aspectos externos, retórica visual en que apoyar las descripciones. Frustrado el catolicismo cacique y electoralista de Gil Robles, antes y después de la guerra, el Opus Dei ensaya la fórmula contraria: quiero decir que si, tanto los jesuitas como el nacionalcatolicismo, eran movimientos clericales con una vanguardia seglar, el Opus es un movimiento seglar con raíces y vanguardias clericales. De pronto, en los sesenta, se encontraba uno por la calle con un cura del Opus, pero los grandes de la Obra eran los lópeces (Rodó, Bravo, etcétera), a más de algún hombre/lanzadera como el de Matesa, de cuyo nombre no quiero acordarme: Vilá-Reyes. Más que la mafia blanca y económica del Opus le interesa a uno, como cronista de la vida que pasa, el estilo de vida (de vita beata) que trajo el Opus a nuestra sociedad.
Era otra vez lo de los jesuitas, pero en más soluble. Era un nuevo intento por lograr un catolicismo mundano, una afirmación implícita de que el reino de Cristo también es de este mundo, y sobre todo de este mundo. Las nuevas clases tecnológicas, burocráticas, "racionalizadas", no podían seguir fieles a una estética de "Antiguos Alumnos", pero a la Iglesia tampoco le interesaba perder ese caudal sociológico de invasión. Mientras los jesuitas evolucionaban hacia la ciencia más científica y la nueva teología, el Opus vino a remediar esa orfandad en nuestro pensamiento gran/burgués, que nunca ha querido complicarse demasiado la vida interior, sino guardar las formas. Así, el arte abstracto, patrocinado por Florentino Pérez Embid desde el Ateneo de Madrid, explicado por Tafur y Areán en la sala Santa Catalina, permitía siempre unas orgías de modernidad que no conducían a nada, y Areán llegó a explicar los pequeños cuadros de Fountrier como consecuencia y descripción de la invasión de Hungría por los soviéticos, funeral húngaro, por cierto, que ya habíamos celebrado, en nuestra pubertad, con numerosas procesiones de anochecer, cuando la luz de los cirios, renqueante, iba trayendo el reino de Dios sobre las guadamacilerías y las zapaterías que cerraban. También hizo Pérez Embid la revista Atlántida, que es la eterna revista mensual, en couché, que han soñado siempre la izquierda y la derecha para perpetuar sus paridas. Alguien dijo que los clásicos se daban muy buena mañana para convertir sus tópicos en bronce o mármol. Los modernos nos contentamos con el papel couché. Pérez Embid se hizo cargo asimismo de la editorial Rialp, la colección Adonais de poesía (llamada "Cupidais" por La Codorniz) y el famoso premio, conduciendo premio y colección a la inanidad, el tedio, la grisalla, el conformismo y la burocratización definitiva.

El Opus Dei de los sesenta -el de hoy, vaya usted a saber- fue ante todo una operación envolvente en torno del César Visionario, por ofrecerle una alternativa económica a la autarquía o a la dependencia humillante de Estados Unidos. El César, que sólo tenía problemas de cuartel, quería que alguien le resolviese lo demás, de modo que entregó las carteras económicas a los lópeces, lo cual le permitía, de paso, blanquear un poco el añil fascista de su sistema.

Los lópeces se beneficiaron, ante todo, del dinero del turismo, de las remesas en divisas de los emigrantes y de la prosperidad mundial, que nos pegaba de refilón. Cantaron, así, unos éxitos económicos y unos goles que no les correspondían, pero bueno. En lo cultural, consideraban que el ala intelectual del Régimen era la Falange, y la Falange seguía cultivando, mayormente en el Arriba, todo el 98 aprovechable, don José Ortega incondicionalmente, el 27 (ya citado aquí a propósito de JAPR), más los intelectuales de Burgos, que cada día tenían mayores tiranteces con la filosofía cuartelera del César. También aquí los lópeces encontraron una tercera vía: los escritores católicos del mundo, o entredudosos: Graham Greene, Mauriac, Chardin, el "existencialista católico" Gabriel Marcel, de¡ que ya hemos hablado, Peguy, los espiritualistas Francis Jammes (2) y Saint-Exuperi, el "misterioso" Heidegger, el existencialista "bueno" Albert Camus, y con cierto distanciamiento, por su nacionalismo y su influencia en Acción Española (que había sido otra guerra), Charles Maurrás, que hoy tiene en Madrid una calle con heladerías, mantequerías, perfumerías y marqueterías, pero sin tierra ni muertos. Se atentaba contra los teólogos progresistas, como Guardini o Maritain. En el frente nacional, Gonzalo Fernández de la Mora era el avanzado que deshacía liberales (el pensamiento más a la izquierda se ignoraba directamente), de Ortega a Luis Rosales y de Laín a Julián Marías.

Esta escalada intelectual del Opus tenía dos finalidades: dar la batalla en lo cultural e ideológico, tan abandonado o castigado por Franco (no sé qué es peor), e igualar la Obra, en prestigio científico, a su gran enemigo dentro de la Iglesia, los jesuitas. A uno se le hace dificil creer que Monseñor Escrivá fuese capaz de planear todo esto, dado el carácter silvano y ágrafo de su apostolado. Son los intelectuales católicos de España, ni franquistas ni demócratas, quienes quieren, por su cuenta, adecentar el sistema en que se han instalado.

Un solo escritor, Gonzalo Fernández de la Mora (y no consta que fuese oficialmente del Opus), llega a destacar como menendezpelayista al día, en los libros y las revistas de la Obra: sólo que basta con abrir por cualquier parte a don Marcelino para ver que era mucho más ancho (inteligente) intelectualmente que ellos (3). Balmes, Donoso Cortés, Vázquez de Mella, eran sus tres grandes invocaciones históricas. En el arte, ya digo, propiciaron el abstracto, que les ofrecía también una doble ventaja: estaba de actualidad y, en primera lectura, no comprometía a nada. Cuando andaba por el mundo el expresionismo angustioso y casi documental de Francis Bacon, una exposición del español Feito era una terma saludable de colores y masas en que bañarse estéticamente. Lo más interesante y lo menos estudiado, pues, de la aventura blanca del Opus es su experiencia intelectual y artística, que llega a un periódico que quiere ser pura modernidad, el Nuevo Diario (de López Rodó, según lenguas), muy leído en los setenta, pero de vida fugaz. El Madrid de Calvo Serer ensaya, asimismo, un antifranquismo que dispara no sabemos desde dónde ni en nombre de qué: luego se ha visto que la mayoría de las gentes eran antifranquistas, pero sólo por cansancio biográfico. En realidad no tenían ningún proyecto mejor. Fueron votando lo que salía. El Madrid terminó con voladura controlada del edificio, gracias a la eficaz gestión de Sánchez Bella.

La aventura intelectual del Opus queda así resumida y frustrada. Fraga, por su parte, realizó la voladura Matesa, procurando sempiterna impopularidad a la Obra entre los españoles. El caso se ha repetido con Boyer/Rumasa. Ruiz-Mateos dijo hace poco: "En el Opus me han dicho que no saben nada". Pero el tema de este folletón era, repito, la aventura intelectual de un grupo de presión tan poco intelectual, en principio, como el Opus Dei. Hoy están tan olvidados sus intelectuales como los nombres extranjeros (fascismo de Celline y Montherlant) con que quisieron "europeizar" la España también autárquica literariamente. El Opus ha vuelto a lo suyo, de donde nunca debiera haber salido: el apostolado monetarista. Y mucho valium para los disidentes, como Santiago Moncada.

1. La Basílica del Opus (arquitectónicamente inaceptable), que hoy se levanta en Barbastro, es la respuesta de Escrivá a las humillaciones que sufrió en su pueblo.

2. Stephan George y todo el movimiento prefascista de Weimar siempre interesaron mucho a los intelectuales del Opus, que Pérez Embid reunía en Santander como el PSOE reúne hoy a sus adictos/deptos: esas cosas no cambian.

3. Fernández de la Mora publicaba así como en el 67 una obra, El crepúsculo de las ideologías, que, ampliando una ideíta de Spengler, venía a negar el libre juego ideológico de las democracias.

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