Resiliencia y Quirón astrológico

El concepto de resiliencia y su relación con el significado de Quirón en astrología

Alejandro Lodi


Introducción
Entre los conceptos más novedosos elaborados desde el campo de la psicología, el de «resiliencia» es uno de los más difundidos. Se lo atribuye al investigador Boris Cyrulnik y, de cierto modo, es heredero de la tradición psicológica ligada a la logoterapia de Víctor Frankl y la psicología humanista o positiva de Carl Rogers y Abraham Maslow, entre otros. Junto con estas escuelas, los investigadores de la resiliencia coinciden en enfocar un tema preferencial: el dolor inherente a la condición humana y su significado en el desarrollo psicológico de los individuos.
Desde la astrología, el padecer humano es tradicionalmente abordado relacionándolo con determinados indicadores: Saturno como el límite que frustra dolorosamente nuestros anhelos de felicidad, la conciencia de finitud y su consecuente herida, y Plutón como el intenso desgarro de la muerte, la potencia transformadora y destructiva que nos atraviesa y constituye. Por su parte, la búsqueda de sentido y trascendencia del sufrimiento y de la muerte ha encontrado en Júpiter y Neptuno sus significadores preferenciales. Ambas funciones aluden a otro orden de la realidad, distinto al humano y próximo a lo divino, una dimensión más allá de los límites temporales que disuelve y redime el dolor propio de la vivencia en la materia.
Sin embargo, la astrología también genera novedades. Entre ellas, una de las más recientes es otro indicador celeste que está empezando a ser incorporado al análisis astrológico (o, por lo menos, a ser debatida su inclusión) y que tiene como tema central el dolor inevitable de lo humano y el misterio de la curación: Quirón.
El presente trabajo trata acerca de la afinidad entre el concepto psicológico de resiliencia y el significado de Quirón como función planetaria astrológica, de cómo las investigaciones y reflexiones sobre el sufrimiento y su sentido en la experiencia humana desarrolladas desde la psicología se encuentran con las percepciones y símbolos con las que la astrología aborda ese rasgo de la realidad interna del ser humano. El objetivo es que, en la medida que estas correspondencias se evidencien como ciertas, nuestra labor como astrólogos se nutra con herramientas conceptuales que colaboren con la riqueza de nuestro universo simbólico, que nuestra percepción de la complejidad humana se amplíe al tiempo que encuentra recursos para abordarla cada vez con mayor delicadeza y discernimiento.
Al finalizar, presentaremos tres casos de personas notables, ejemplos de vidas humanas en las que el talento resiliente se hace elocuente y analizaremos el significado de Quirón en sus cartas.

El concepto de resiliencia en psicología.

El término «resiliencia» proviene del campo de la física y refiere a la capacidad de los materiales para volver a su forma original luego de que algún impacto exterior los forzara a deformarse.
Aplicado al comportamiento humano, este concepto es utilizado para dar cuenta de la posibilidad de superar los sucesos dolorosos de la vida convirtiéndolos en oportunidades para la maduración y el despliegue de un sentido más pleno de la propia existencia. Esta conclusión surge de la observación e investigación de individuos que fueron sometidos en su infancia a los hechos más traumáticos y que, no obstante, luego supieron desarrollarse como sujetos maduros capaces de adaptarse a la sociedad y desplegar sus talentos. Más aún, la resiliencia sugiere que precisamente el hecho de tener que atravesar esa adversidad, ese dolor, esa herida, es lo que posibilitó actualizar ese potencial, de manera tal que aquellas experiencias de sufrimiento extremo durante la niñez terminaron por representar la oportunidad para el descubrimiento de una profunda riqueza de ese ser.
Es decir, la resiliencia no es sólo la capacidad de enfrentar adversidades y saber adaptarse a situaciones difíciles, sino además (y fundamentalmente) salir fortalecidos por el contacto con talentos hasta ese momento desconocidos. En este sentido, no se trata de volver al estado original previo al acontecimiento crítico, ni anestesiar o bloquear el contacto con la herida. No es negar los hechos ni alentar la actitud de que “aquí no ha pasado nada”. Muy por el contrario, se trata de no interrumpir el desarrollo evolutivo y despertar un talento atravesando la crisis que suscita el trauma, transformándolo en el activador de un potencial hasta ese momento latente.
Los especialistas en resiliencia coinciden en no presentarla como un especial atributo de seres excepcionales, sino como una específica función dentro del sistema psíquico: la capacidad de adoptar una forma saludable y operativa en el mundo cuando se es forzado a deformarse por acción de circunstancias exteriores. Por cierto, es claro que esta función puede estar más o menos desarrollada en el individuo, y para que se dé una u otra variante resulta clave la actuación de otros. Así, una característica esencial de la resiliencia es que se trata de una capacidad tanto individual como social, de modo que su inhibición o estímulo no depende tanto de la disposición personal como de la interacción vincular. En absoluto es mera habilidad innata de la persona individual, sino que fundamentalmente la resiliencia nos habla de recursos internos que se activan gracias a la significativa participación de un otro.
Esto lleva a poner de relieve el amor como clave para la emergencia del talento resiliente. Es por eso que se subraya la importancia de la presencia de un adulto significativo que estimule las posibilidades de resiliencia en el momento en que el niño atraviesa la crisis traumática. En el caso de adultos podríamos hablar de la necesidad de un otro significativo que sirva de agente para la resiliencia, entre otras claves entre las que figuran el humor, la creatividad, la introspección, la iniciativa, la moralidad y la autoestima.
Diversos autores que han investigado el tema también mencionan tres fuentes o pilares de resiliencia: el apoyo concreto y material (yo tengo), la voluntad y fuerza psíquica (yo soy-yo estoy), y las habilidades interpersonales para la resolución (yo puedo).

La experiencia del dolor y la voluntad de sentido

El psicólogo Víctor Frankl creó una corriente terapéutica –la logoterapia- a partir de su propia experiencia con el dolor. Durante el nazismo fue enviado a un campo de concentración. Allí observó que quienes sobrevivían eran aquellos que podían atribuirle algún sentido a ese sufrimiento, aquellos que sabían que les esperaba una tarea para realizar, mientras que los abrumados por el sin sentido, aún siendo más fuertes físicamente, no lograban superar la experiencia.
Frankl sostenía que la primera fuerza motivante del ser humano es la lucha por encontrar un sentido a su propia vida, y hablaba de la existencia de una voluntad de sentido, tan presente y cierta como la voluntad de placer y la voluntad de poder . Esa voluntad de sentido no es una expresión del individuo, una construcción imaginaria, ni un acto de fe, sino una cuestión de hecho, un descubrimiento, una revelación. Afirmaba que el principal interés del ser es cumplir un sentido y realizar sus principios morales. Así, en su terapia no dudaba en desafiar al ser humano a cumplir su sentido potencial, a despertar su voluntad de significación de su estado de latencia.
Para Frankl no se trata de proponerse el objetivo de eliminar la tensión entre “lo que se es” y “lo que no se es”, la angustia propia de la existencia, sino sentir la llamada de un sentido potencial que nos espera para ser cumplido. No importa el sentido de la vida en términos filosóficos abstractos, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado. De modo que no debemos preguntarnos cuál es el sentido de nuestra vida, sino de comenzar a percibir que, en verdad, es la vida la que nos inquiere a nosotros.
Y el sufrimiento, inherente a la condición humana, es una de las formas (no la única) en la que el sentido de la vida puede ser descubierto. De este modo, el sufrimiento representa la oportunidad de realizar un valor supremo, y lo que más importa es la actitud que tomamos hacia el sufrimiento, nuestra actitud al atravesarlo, porque el sufrimiento deja de ser tal en el momento en que encuentra un sentido.
En la misma dirección, el psicólogo Carl Rogers pone énfasis en lo que reconoce como una acción que tiende hacia la totalidad y que se expresa en toda manifestación de la vida. Afirma que es posible reconocer un proceso direccional en la vida, que en el caso del ser humano se traduce como una fuerza básica que lo mueve hacia “la realización constructiva de sus posibilidades intrínsecas” . Define lo que llama «tendencia actualizadora», una fuerza existente en todo organismo vivo, por la cual el ser humano tiende en forma natural “hacia un desarrollo más complejo y completo” .
Rogers sostiene que esa tendencia hacia la realización de potencialidades puede ser amenazada y puesta a prueba por impactos externos, pero que persiste aún en las condiciones más desfavorables. En este sentido, afirma que “la tendencia de actualización puede ser desbaratada o retorcida, pero no puede ser destruida sin destruir el organismo” .
Pero Rogers dice algo más. No sólo podemos confiar que en cada ser humano está presente esa tendencia direccional hacia la totalidad y hacia la actualización de su propio potencial, sino que además está la posibilidad de enfocar concientemente la atención en esta tendencia. Es decir, nuestra conciencia puede participar de esta tendencia de realización, abriéndose a la percepción de un flujo más amplio y creativo que el estrictamente personal.

Quirón como función planetaria en astrología

Dentro de la estructura de funciones planetarias, Quirón ha sido asociado con la imagen mítica del sanador herido. Este símbolo alude a una sabiduría profunda acerca del dolor, a un conocimiento tan íntimo del sufrimiento que termina transformándose en talento curativo, pero con la particular característica de que sólo puede ser ejercido para aliviar el padecimiento de los otros, no el propio. Es decir, Quirón hace referencia a una herida siempre abierta en nosotros que permite desarrollar compasión por aquellos que la sufren y acompañar su sanación. Quirón combina comprensión y dolor, sabiduría y compasión, conocimiento y talento sanador. Sabemos acerca de ese sufrimiento porque nos duele a nosotros mismos, porque estamos presentes en ese dolor, no porque lo hayamos superado y cerrado en el pasado.
Y esta combinación de vivencia de una herida y capacidad sanadora, esta condición de ser “herido” y “sanador”, es la que aporta mayor riqueza a la hora de interpretar este símbolo. No se trata simplemente de “alguien que sufre” o de “alguien que cura”, sino de quien puede curar porque sufre. La paradoja aquí es que no podemos elegir sólo una de las posiciones, sino que Quirón no parece darnos otra opción que experimentar en simultáneo ambas sensaciones, a vivenciar ese auténtico doble vínculo: sanar a otros por conocer esa herida, sin poder curarla en nosotros mismos.
En una carta natal la posición de Quirón por signo, por casa y por aspecto (sobretodo por casa y aspectos) nos indicará dónde habremos de experimentar esa herida, en que área de la vida podrá acaso manifestarse el desafío. Indica una dimensión de nuestra existencia en la que sentimos vivir un estigma, una marca provocada por el destino y que no podemos eludir. La huella de un hecho doloroso que vivimos como fatalidad. Sin embargo, y aunque no lo hayamos elegido voluntariamente, esta fatalidad nos convoca a cierta dirección, revela un sentido en nuestra vida que tiene mucho más que ver con la esfera social o colectiva (los otros) que con lo estrictamente personal (yo). Así, Quirón parece simbolizar el llamado compulsivo, sin opción, a un desafío del que preferiríamos no participar si tuviéramos la posibilidad de elegir. Esto pone de manifiesto la característica transpersonal, antes que personal, de esta función planetaria: aquello que en lo personal aparece como experiencia sin sentido (un dolor absurdo, una fatalidad cruel), cobra un nítido sentido abriéndose a la dimensión transpersonal.
Desde el misticismo cristiano, Anselm Grün expone este “salto de escala” que suscita el contacto con el dolor incomprensible . Para Grün, ese dolor sin respuesta nos expone a la impotencia personal, a lo inexplicable. Nos obliga a abandonar nuestra necesidad de certeza racional y a tener que enfrentarnos con el misterio. Y esto permite la emergencia de nuevas capacidades, de inéditas dimensiones que comienzan a desplegarse en nuestra existencia. Así comienza a transparentarse aquel “salto de escala”: de los talentos de la personalidad individual (logro personal y entendimiento racional) a los talentos del alma (amor y compasión universal).
De esta manera, aquel dolor sin sentido va comprometiéndonos con la maduración de una dimensión del ser más profunda (y por eso mismo más compleja e inexplicable) que la de nuestra vida personal e individual. Esta dimensión transpersonal va revelando un sentido, una sutil pero muy convincente llamada vocacional, que podemos sentir como “no elegida” desde nuestra decisión personal, pero de la que tenemos la oportunidad de ser cada vez más conscientes.
De acuerdo a lo desarrollado hasta aquí, resulta bastante evidente que el simbolismo de Quirón parece ser una síntesis de las funciones plutonianas y jupiterianas: el contacto con el dolor y la capacidad de percibir un sentido trascendente, el talento curativo y la sabiduría que brota de nuestras heridas. En nuestra práctica astrológica, esta correspondencia de funciones planetarias hace recomendable que a la hora de analizar cualquiera de ellas tengamos en cuenta a las restantes. Esto es, las posiciones de Quirón, Júpiter y Plutón brindan información que alude a una misma temática. Los tres planetas representan funciones psíquicas congruentes y se afectan mutuamente, de modo que la riqueza de una profunda interpretación de cualquiera de ellas requiere de un esfuerzo de síntesis e integración con las restantes.
Por otra parte, en la mitología griega, Quirón es hijo de una relación de Cronos (Saturno) con Fílira. La atracción de Cronos por Fílira es básicamente instintiva, tanto que copulan adoptando forma animal: la de caballos. Es por eso que el fruto de esa relación es un centauro. Quirón es el primer centauro, un ser horrendo mitad humano, mitad animal. Su padre no lo reconoce y su madre lo rechaza, no sólo por ser fruto de una relación no deseada, sino porque su aspecto es monstruoso.
Aparece así la sensación de rechazo allí donde más necesitamos ser reconocidos. Quirón hace referencia al sentimiento de exclusión, de ser rechazados por una diferencia estigmatizante de la que en absoluto somos responsable. Desde este rechazo se genera el sentimiento de carecer de la gracia que otros disfrutan, de cargar con un déficit que dificulta encarnar, una marca constitutiva e irreparable con la que debemos lidiar en la vida. Es por esto que Howard Sasportas vincula a Quirón con una sensación de discapacidad , que puede ser tanto física, psicológica como espiritual, y que incluso puede resultar explícita y presentarse bajo la forma de enfermedad, patología o sucesos accidentales de destino.
Ahora bien, es interesante considerar que esta sensación de discapacidad está muy relacionada a compararse con otro. Más allá del grado de manifestación objetiva que esa diferencia pueda presentar, es en la comparación con lo que creemos habitual en los demás que comienza a sentirse el dolor de ser distintos. Es evidente que en un mundo de centauros tener cuerpo de centauro no implica sensación traumática alguna. Por eso, respecto a la herida de Quirón es fundamental atender la relación con los demás. No se trata de que el vínculo con los otros provea mágicamente la solución al trauma, sino que permite desarrollar la percepción de que cada ser sobrelleva una herida -más visible o más oculta, más manifiesta o más guardada- y que el sentido profundo del propio estigma está en poder ser sensible al de los demás y ayudar a su cura. Por el contrario, replegado en el aislamiento individual, el resentimiento por el perjuicio de no ser “igual a los demás” se tornará agobiante.
Tal como ocurre con el talento resiliente, los demás son partícipes necesarios para que un talento insospechado surja del dolor y revele su sentido trascendente. El vínculo con la propia herida es, al mismo tiempo, vínculo con los otros. El contacto con el dolor no puede dejar de implicar el contacto con lo humano. El trabajo con Quirón no lo debe desarrollar el yo en soledad, no será mérito individual ni la conquista personal de un esforzado logro, sino que la íntima convocatoria de Quirón brota y se revela en la apertura a los otros, en el abrazo con la humanidad. Es un llamado personal que debe desplegarse en lo colectivo, en lo transpersonal.
En este sentido, considerando que Quirón fue descubierto en 1977, resulta significativo apreciar de qué acontecimientos a escala planetaria fue sincrónica su aparición, en relación con el simbolismo que le ha sido adjudicado. Sasportas destaca su coincidencia con la difusión de la terapia psicológica y las medicinas alternativas, en tanto representan búsquedas por encontrar sentido al dolor y hacer efectiva su cura . Por su parte, Melaine Reinhart lo asocia con el creciente interés por el chamanismo, como un modo de reconciliar lo instintivo y lo espiritual y poner énfasis en la necesidad de confiar en nuestros maestros o guías internos . A estas relaciones podríamos sumar el auge que comenzó a tomar a partir de finales de los ´70 la práctica de la donación y transplante de órganos: la posibilidad de que la muerte personal sirva para dar vida a otros, que el dolor de la pérdida cobre sentido en una vida que renace.
Por otra parte, Quirón orbita (de un modo errático y con una revolución de 52 años) entre el curso de Saturno y Urano. Es decir, Quirón está con un pié en el mundo de la forma saturnina y otro en el transpersonal. De acuerdo con su condición de centauro, una mitad de su ser responde a lo terrestre y la otra mitad a lo celeste. Era además un maestro de la guerra tanto como de la curación, era sabio respecto a aquello que provoca heridas tanto como de aquello que las cura. Esto guarda correspondencia con la condición humana atravesada tanto por su naturaleza animal, instintiva y material como por su capacidad de responder con conciencia a su naturaleza más sutil, vibratoria y espiritual. Quirón no es una cosa o la otra, sino ambas dimensiones integradas en una misma función: la herida personal propia de haber encarnado y habitar un cuerpo, y la resonancia con lo universal de esa herida de la que emerge la sabiduría y talento para curarla en otros. De este modo, en Quirón se combinan una visión trascendente con un sentido práctico, una percepción de lo transpersonal que sigue participando de la vivencia personal, una capacidad de ver más allá sin perder contacto con la vida real.
Ahora bien, podríamos decir que, en tanto individuos, nuestras primeras respuestas al dolor inherente a la condición de estar vivos serán reactivas. Es decir, es posible observar que ante las situaciones de destino que nos convocan a atravesar el dolor lo primero que experimentamos son reacciones defensivas y de rechazo, las cuales ponen de manifiesto la imposibilidad de incluirlas y asimilarlas en lo inmediato. Existen dos modos preferenciales de reaccionar ante la herida de Quirón.
.- La negación. Aquí las variantes son muchas y van desde la amnesia inconsciente, el bloqueo del contacto con la experiencia, el olvido deliberado, la evitación sistemática del contacto con la experiencia, o la adjudicación demasiado temprana de un sentido trascendente al suceso doloroso (la voluntad de Dios, el karma arrastrado desde vidas pasadas, una misión para la cual fui elegido, etc.). En este caso, ese sentido atribuido al episodio traumático no emerge en forma natural del contacto con el dolor, no lo incluye ni comprende, sino que lo niega o intenta reprimir. En su libro “Luchar y amar”, Anselm Grün nos propone “renunciar a iluminar teológicamente las causas y el sentido de nuestro sufrimiento” para que, renunciando a encontrar una explicación “pueda surgir en nosotros algo nuevo, que nos dé fuerzas para volver a empezar y que haga nuestra vida más rica que antes” .
.- La victimización. En este caso prevalece el sentimiento de estar siendo perjudicados por una voluntad exterior que infringe nuestro sufrimiento. Se identifica un culpable de esa situación de la que nos sentimos víctimas. Por cierto, muchas veces es posible que exista un agente objetivo de sometimiento que cause deliberadamente la experiencia traumática, lo cual favorece que todo el significado del suceso se cierre en esa única causa y quede bloqueada la aparición de todo sentido trascendente. En relación a este mecanismo, Grün refiere a un tipo sufrimiento “que no se puede ya combatir y vencer” y con el cual es necesario reconciliarse; no desconoce lo difícil que resulta esta tarea, pero también nos trasmite su convicción de que cuando aceptamos el dolor y lo vemos como un reto se convierte entonces en un importante maestro .
La victimización puede presentar un carácter activo o pasivo. En el caso de la victimización activa el individuo resiste y confronta con aquel que ha identificado como el culpable de su padecer. Mientras que en la victimización pasiva, el individuo se siente impotente, abatido en el sometimiento y se repliega en la queja, la pena y en la sensación amarga de su inevitable desdicha.
Es interesante percibir que en la negación prevalece el componente jupiteriano del símbolo de Quirón por sobre el plutoniano: el anhelo de trascendencia anula el contacto con el dolor. Mientras que en la victimización (ya sea activa o pasiva) el componente plutoniano se impone sobre el jupiteriano: el sufrimiento es abrumador y no se alcanza percibir sentido alguno. En un caso hay “sentido sin dolor” (negación) y en el otro “dolor sin sentido” (victimización). Es obvio que ninguna de las dos representa una respuesta adecuada a lo que profundamente nos pide Quirón: la vivencia del sentido que florece del dolor que nos agobia, la sabia paz que se revela en la herida que no puede ser callada. El estudioso de las religiones y místico Huston Smith refiere a esta paradoja con delicadas y precisas palabras:

La paz que sobreviene cuando una persona hambrienta encuentra comida, cuando un enfermo se recupera o cuando una persona que está sola encuentra un amigo, ese tipo de paz es comprensible. Pero la paz que sobrepasa todo entendimiento llega cuando el sufrimiento de la vida no es aliviado. Ésta brilla en la cresta de la ola del dolor; es el arpón del sufrimiento transformado en rayo de luz.

Por su parte, Grun lo describe diciendo:

(Aquellos) que han tenido que afrontar el sufrimiento y que han pasado por él destellan una luz peculiar. Han conseguido la verdadera sabiduría. El sufrimiento los ha ablandado y los ha iniciado en los más insondables misterios... Ellos irradian algo más importante que una riqueza externa. La riqueza interior que resplandece en ellos supera con creces la que dejaban vislumbrar antes de haber pasado por el sufrimiento... De ellos brota la sabiduría que nos podría enseñar hoy el modo de vivir en plenitud.

El sanador herido y el talento resiliente

Desde lo que ya ha sido expuesto, las correspondencias entre la cualidad de resiliencia y el simbolismo de Quirón parecen bastante explícitas. El talento resiliente que, tal como definimos antes, implica “la posibilidad de superar los sucesos dolorosos de la vida convirtiéndolos en oportunidades para la maduración y el despliegue de un sentido más pleno de la propia existencia” resulta claramente afín con la función de Quirón de despertar a una sabiduría innata (no personal, sino una sabiduría de la vida misma que se revela en nosotros en tanto formamos parte de ella) que permite acceder a un sentido profundo (transpersonal) a partir de experiencias de dolor que no pueden explicarse.
Por otra parte, en el relato mitológico, Quirón es abandonado por sus padres y adoptado por Apolo quien lo educa, le transmite sus conocimientos y estimula sus habilidades. Es evidente que en esta historia Apolo representa el adulto significativo, el agente estimulador de resiliencia, que B. Cyrulnik menciona como condición necesaria para despertar el talento resiliente en el niño sometido a la experiencia traumática. De igual modo, el desarrollo de la función quironiana requiere salir del repliegue en lo individual (en el que sólo es posible experimentar la herida sin sentido, fortaleciendo así la sensación de discapacidad) para abrirnos al encuentro con los demás. La aparición de ese otro significativo representa el necesario estímulo activador del talento curador que se mantiene en estado de latencia hasta el momento del encuentro, bloqueado por el sentimiento de ser víctimas de una injusticia, de ser perjudicados por una situación “que no debería estar ocurriendo”.
Siguiendo con lo mitológico, es interesante reparar en que, además de sufrir la carencia de afecto y reconocimiento de sus padres, Quirón carga con una herida física provocada por una flecha lanzada, en estado de ebriedad, por Hércules. No es un dato menor que la discapacidad física de Quirón haya sido provocada por un “héroe borracho”. Considerando a Hércules como un arquetipo de héroe solar, la historia parece estar contándonos que es precisamente la fascinación del yo, los hechizos del ego con sus fantasías de omnipotencia, lo que profundamente promueve nuestra sensación de discapacidad.
Cuando el desafío que Quirón trae a nuestras vidas es vivido desde una conciencia excesivamente replegada en el ego, cristalizada en la sensación de un yo exclusivo e independiente, la experiencia de la herida tiende a quedar atrapada en el trauma por comparación, en la polarización (negación-victimización) o en la sensación de un “dolor sin sentido” o de un “sentido sin dolor”. Así, del mismo modo que con la resiliencia, la clave de resolución de este conflicto que parece perpetuarse está en la necesidad de que se revele un sentido trascendente al yo, esto es, que se manifieste un sentido de una naturaleza completamente distinta al que podemos arribar desde el sentimiento de ser una entidad individual separada de todo proceso mayor. Esto presupone y exige que la conciencia esté dispuesta a entregarse al misterio universal que opera en nuestras vidas particulares. De este modo, Quirón representa un dolor que exige humildad, y es la humildad una característica distintiva del tipo de sabiduría quironiana.
A igual que Quirón, el talento resiliente no disuelve el dolor, sino que le da sentido. No hace olvidar el dolor, sino que disuelve la tendencia inercial a quedarnos identificados con el sufrimiento. El apego al sufrimiento se vincula a la sensación de sin sentido, a quedarnos encerrados en la experiencia dolorosa preguntándonos “¿por qué?”. El dolor es capaz -sabe- incluir sentido; no se trata de un sentido que desplaza al dolor y pasa a ocupar su lugar, sino de un sentido que se sustenta en el contacto con el dolor y permite interrogarnos “¿para qué?”.
Desde la resiliencia y desde Quirón, el sentido que florece del dolor se relaciona con la actualización de una dirección vital que regenera y otorga nueva fuerza a la existencia. Nada tiene que ver con encontrar explicaciones, dar con el culpable o descubrir las causas que parezcan justificar el suceso traumático. Por cierto, en un plano pueden existir hechos, responsables y razones que lo expliquen, y siempre es conveniente discernir qué agentes objetivos infringen o provocan deliberadamente situaciones traumáticas. No se trata de negar esta dimensión fáctica, sino de percibir que para la emergencia de esta dirección existencial revitalizadora resulta insuficiente quedarse sólo en ella. La resiliencia y el reto quironiano no nos invitan a buscar una justificación para el dolor, sino a descubrir qué sentido ha sido revelado en él. No nos convocan a encontrar una causa del dolor (un por qué, un culpable, un responsable en el pasado) sino a ser testigos y participar de acaso una inesperada dirección que florece de él (un para qué, un convocante, un responsable en el futuro).
Si diéramos forma demasiado definida al sentido que creemos descubrir no podríamos evitar caer en la contradicción de estar pretendiendo explicar el misterio y, al hacerlo, anularlo como tal. El sentido se revela en pequeños gestos que lo sugieren, no que lo definen. El sentido se manifiesta por indicios, no voluntarios, ni racionales, ni anunciados por ninguna autoridad religiosa. El sentido es intuido en lo profundo del alma. Lo que nos da la convicción de que ese sentido es cierto no es la solidez de argumentaciones racionales o de interpretaciones teológicas sino la claridad de explícitas y súbitas intuiciones. Nunca podemos estar seguros de un sentido final, de una misión que se manifiesta definitiva y que ya conocemos de una manera indudable, sino que experimentamos la sensación estar siendo convocados, de estar siendo conducidos hacia una dirección que siempre deja algo abierto.
En este sentido, esa orientación quironiana-resiliente queda manifiesta en las huellas que dejan nuestros pasos mientras acaso creemos andar a la deriva, con nuestra herida a cuestas. Representa una dirección oportuna, una aparente deriva que en verdad conduce a buen puerto. Un sentido implícito (transpersonal) que se revela en una experiencia sin sentido (personal).
En verdad, esta orientación que opera en nuestra destino no se detiene a preguntarnos si estamos o no de acuerdo con el desafío, ni se ofrece como una opción más entre otras a nuestra elección. Usando una frase de Frankl (referida a los principios morales), podríamos decir que el talento resiliente-quironiano “no mueven al hombre, no le empujan, más bien tiran de él” . Se trata de una capacidad que no se reduce a operar en el plano de los eventos, de la experiencia fáctica, en el que los hechos resultan inmodificables y fatales, sino que fundamentalmente se activa y opera en la dimensión del significado, de la experiencia vivencial, en el que el sentido de los sucesos varía de acuerdo a la conciencia. Y no sólo permite discriminar entre los eventos y los significados, sucesos y vivencias, sino que pone el foco de atención, no tanto en “qué pasó” sino en “cómo se vive lo que paso”.
La capacidad quironiana-resiliente exige agotar la forma de apreciar la realidad en forma polarizada: evaluar los hechos en términos “positivo-negativo”, asumir posturas “optimistas-pesimistas”, juzgar la vida desde la lógica “beneficio-perjuicio”, o identificarnos con alguno de los mecanismos del juego “negación-victimización”. Sólo agotando y consumando nuestra tendencia a la polarización puede habilitarse la percepción de una dimensión mucho más paradojal de la existencia a la que nos convoca la función quironiana y la clave resiliente: cada crisis, cada dolor, cada tragedia es, al mismo tiempo que fuente de sufrimiento, una oportunidad.
No es nada sencillo de vivir, ni tiene el menor sentido planteárselo como un propósito u objetivo a lograr. Tampoco podemos estar seguros de cuándo habrá de manifestarse alguna clave acerca de la oportunidad que representa este dolor que nos abruma. Sólo podemos estar atentos y confiar en que alguna presencia, alguna mirada, alguna voz, o algún hecho aparentemente azaroso nos dé un indicio: ¿para qué resulta oportuno este dolor?
Y aquí no se trata de un tipo de respuesta teórico-racional, o teológica-devocional, sino existencial y vivencial: sólo puede conocerse viviendo, no es previa a la experiencia vivencial. Volviendo a Frankl, podríamos ahora decir que no debemos preguntarnos cuál es el sentido de nuestro dolor, sino que es la vida la que, a través de ese dolor, nos interroga a nosotros.

A cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida.

Si aceptamos que «amor» significa “capacidad de inclusión”, la resiliencia y el símbolo de Quirón nos ponen frente a una delicadísima paradoja: amar el dolor. Amar significa incluir, comprender, reconocer. No significa desear, negar. Es la revelación de una confianza plena en el pulso vida-muerte, un pulso que es aceptado aunque exceda el control personal. Por cierto, nada tiene que ver con provocarnos deliberadamente experiencias dolorosas, porque “el sufrimiento no significará nada a menos que sea absolutamente necesario” . Amar el dolor significa aceptar la vida-muerte aunque no ocurra sólo “lo que yo quiero”, sabiendo que ese pulso responde al misterio, a lo que no puede ser explicado. El desafío resiliente-quironiano nos pedirá en algún momento de nuestra vida, más temprano o más tarde, amar la vida-muerte, conscientes de ser funcionales a un proceso que no puede atender a nuestra suerte particular. Nos enseña que existe una realidad profunda que es más creativamente compleja de lo que nuestros anhelos personales se representan imaginariamente.
Desarrollar conciencia de vida-muerte, esto es, incluir a la muerte (y por lo tanto al dolor) dentro del proceso de la vida, no como parte sino como una presencia sustancial inseparable de aquello que reconocemos como vida, presupone una capacidad amorosa de comprensión, una sabiduría acerca de la paradójica vivencia de lo real, con su costado luminoso y oscuro. Y esto no sólo aparece simbolizado en Quirón, sino que también representa el complejo pasaje de Escorpio a Sagitario de nuestro viaje zodiacal. Tiene que ver con la necesaria reparación entre instinto y espíritu para que el viaje de la conciencia pueda seguir desplegándose. Implica la recuperación de contacto con la pulsión corporal –y, por lo tanto, del contacto con la muerte- como base para una ampliación de conciencia hacia planos de trascendencia espiritual. Aquí cobra un particular significado el carácter de centauro en Quirón: un ser con dos mitades que responden cada una de ellas a naturalezas distintas y que, no obstante, conforman un único proceso.
El instinto y la pulsión participan de la actividad del espíritu y son fuente tanto de placer como de dolor. El dolor forma parte del proceso espiritual. Aquello que desde nuestra mirada como seres encarnados, como entidades comprometidas con las coordenadas de tiempo y espacio, parece horrendo y cruel (lo siniestro) forma parte necesaria de un proceso más vasto de la vida, al cual despertamos y somos convocados desde nuestro dolor inexplicable.

Claves de interpretación astrológica

Definiré ahora algunas claves para la interpretación de Quirón en una carta natal. Antes recordemos que haber percibido correspondencias entre Quirón y la resiliencia no equivale a reducir un concepto a otro. El talento resiliente aparece en una carta natal expresado, no sólo por Quirón, sino también por la relación Júpiter-Plutón y por el juego de las casas VIII, IX y XII. Sin embargo, la propuesta es concentrarnos específicamente en la situación de Quirón para hacer lo más nítido posible aquello que revela en una carta, asumiendo el riesgo de fragmentación que tal recorte presupone.
No realizaré una descripción caracterológica de cada una de las posiciones de Quirón por signo, casa y aspecto. No es la intención del trabajo. Aquel interesado en un detalle ese tipo puede recurrir a lo que ya ha sido publicado al respecto. Algunas de esas obras figuran en la bibliografía que presentamos al final de nuestra exposición, como Las doce casas de Howard Sasportas y El simbolismo de Quirón de Melaine Reinhart.
Algunas claves a tomar en cuenta para la interpretación de Quirón son:
· Por signo. El signo en el que se encuentra ubicado Quirón en una carta natal nos habla acerca de la cualidad con la que el individuo expresará la función quironiana en su vida. Como ocurre con todo planeta lento, las características por signo de Quirón no dará pistas demasiado personales, sino más colectivas o generacionales, o en todo caso resulta fundamental combinarlas con la posición por casa para obtener claves más individuales. Hecha esta salvedad, podemos decir que la posición por signo de Quirón nos indicará en qué cualidad zodiacal la persona habrá de experimentar una herida, sensación de déficit o discapacidad. La presencia de este complejo en la vivencia de la energía de ese signo hará que resulte convocante para la conciencia y que el destino comprometa a la persona en su aprendizaje. A través de la sensación de un dolor que no cesa, Quirón representa un persistente llamado a que el individuo desarrolle una expresión cada vez más sabia de las cualidades de ese signo zodiacal.
· Por casa. La casa en la que se encuentra ubicado Quirón revela en que área de experiencia, en qué temática de la vida, el individuo habrá de encontrarse con la vivencia de dolor. Al igual que con cualquier planeta por casa, su efecto suele ser mucho más visible y ligado a hechos objetivos que por signo. Muchas veces los personajes característicos de cada casa (hermanos para la III, hijos para la V, pareja para la VII, etc.) pueden encarnar tanto el “maestro-guía” como el “culpable” o la “víctima”, es decir, tanto el agente resiliente como aquel que se identifica como responsable de la situación dolorosa o como aquel que la padece.
· Énfasis de la casa opuesta. Una de las características más notable de Quirón por casa es el énfasis de la casa opuesta. A modo de compensación, la dificultad para sobrellevar la herida en los temas de la casa en la que Quirón está ubicado provoca que la persona desarrolle los temas de la casa opuesta de un modo muy objetivo y en cierto casos hasta casi obsesivo. En principio, puede parecer una búsqueda promovida por la necesidad de alivio para descomprimir o hacer más tolerable la carga de dolor acumulada. Pero, mucha veces la casa opuesta a la que se encuentra Quirón aporta claves fundamentales para comenzar a percibir el sentido del trauma experimentado, para que empiece a revelarse resiliencia.
· Por aspecto. Todo planeta en aspecto con Quirón representará una función planetaria vinculada en forma preferencial con la experiencia de dolor y sentido trascendente. Al igual que con las casas, la persona podrá vivir el desafío quironiano a través del personaje arquetípicamente asociado al planeta. En el caso de aspecto de conjunción, la participación de ese planeta en la vivencia de Quirón resulta más evidente.
· Tránsitos. Todo tránsito de Quirón sobre otro planeta natal o cúspide de casa natal y todo tránsito de un planeta sobre la posición natal de Quirón (en particular en aspecto duro o de tensión) representan potenciales momentos activadores de la temática quironiana en la vida, ya sea a favor de la manifestación de un hecho traumático o a la emergencia del talento resiliente. Parece resultar más notable el tránsito del propio Quirón sobre planetas y cúspides natales respecto a la sincronicidad con acontecimientos ligados al dolor y el sentido.

Tres casos célebres

Presentaré el análisis de Quirón en las cartas natales de Elisabeth Kübler Ross, Frida Kahlo y Estela de Carlotto. No se trata del estudio de cada una de ellas, sino de un recorte que nos permita corroborar algunas de las hipótesis vertidas acerca de la relación entre Quirón y resiliencia. Por cierto, la elección de los casos es deliberada y no resulta suficiente para demostrar de manera definitiva lo que propone el trabajo. Sirvan entonces para ilustrar que acaso en estos tres ejemplos la propuesta parece verificarse.
Elisabeth Kübler-Ross
Su carta nos muestra a Quirón en Tauro, en la cúspide de la casa II, y con un aspecto de sextíl a la Luna. La correspondencia entre la cualidad taurina y los temas propios de la segunda casa permiten suponer que la herida quironiana tendrá que ver con sus recursos vitales, con el contacto con la fuerza de la vida, con su fuente de talentos y valores innatos, con la expresión física concreta, con la potencia y disfrute de los sentidos corporales y su capacidad de plasmar en lo material. Por su parte, el aspecto de Quirón a la Luna nos habla de una particular sensibilidad a la herida de ser madre, a la experiencia de ternura, cuidado y protección asociado al dolor.
Elisabeth Kübler-Ross es una médica suiza que ha dedicado su vida a investigar el tema de la muerte. Revolucionó el modo de considerar la situación de pacientes terminales, creó centros de atención para niños enfermos de sida y recorrió el mundo dando conferencias acerca de la naturaleza de la muerte y cómo acompañar el proceso de quienes están atravesándola. Su vida no está exenta de polémicas, pero es reconocida como una de las principales autoridades en el tema y tuvo el coraje de enfrentar prejuicios culturales para hablar de la muerte sin tabúes.
De niña construyó un hospital en miniatura donde jugaba a curar pequeños animales e insectos. Fue voluntaria para la atención de refugiados en la época del nazismo. Trabajó con prostitutas víctimas de enfermedades venéreas. Fue socorrista en Polonia luego de la Segunda Guerra Mundial trabajando con sobrevivientes de campos de concentración. Y finalmente, aburrida de la formalidad de la labor hospitalaria, le dedicó su vida a aquel tipo de paciente al que, apartado y oculto, nadie quería atender: los enfermos terminales.
Parece evidente que se trata de una vida atraída por la temática de la casa VIII. La vida pública y profesional de Kübler-Ross pone de relieve el énfasis en los asuntos de la casa opuesta a Quirón. Pero, ¿cómo aparece Quirón en Tauro y en casa II?
El nacimiento de Kübler-Ross fue traumático. Fue la primera de trillizas y por su bajo peso (900 grs.) no creyeron que pudiera sobrevivir. Por su fragilidad física sentía que tenía que esforzarse más que los demás, que debía demostrar que valía y era digna de ser considerada. La sensación de discapacidad provocada por la herida de Quirón en Tauro y casa II.
A los 5 años su familia se muda al campo y allí enferma de gravedad. Es internada en una habitación a solas junto a una niña moribunda. Esta experiencia resulta clave en su vida. Con esta niña siente que comenza a establecer una comunicación telepática. Se hace amiga de la niña y acompaña con naturalidad su muerte, siente saber más que los médicos que no trataban a esa niña “como correspondía”.
Por otra parte, sumando el aspecto de la Luna con Quirón en Tauro en II, su propia experiencia de maternidad fue difícil y compleja. Padece varios abortos espontáneos y los médicos le diagnostican que no podrá ser madre. No obstante, insiste en su búsqueda y logra dar a luz a un niño, pero ella misma estuvo a punto de morir en el parto.
Finalmente, es importante destacar que con su compromiso con el tema de la muerte y la atención de enfermos terminales, Kübler-Ross empieza a vivir experiencias de contacto transpersonal: percibe la presencia de pacientes que ya han muerto, participa de sesiones de espiritismo, se interesa por el tema de la reencarnación, etc. Además, comienza a comprometerse con cuestiones de asistencia social: trabaja en cárceles, crea centros de internación y contención de enfermos terminales, se propone adoptar a niños enfermos de sida... Todo ello con un objetivo: que el contacto con el dolor y la muerte se dé en un medio natural. Invierte todo su dinero en la compra de una granja en Virginia, EEUU, donde instalar su centro. Concentra allí todos sus bienes y toda su labor.
Y en estas circunstancias sobreviene un episodio altamente simbólico de Quirón en Tauro y en casa II (y casa VIII como énfasis complementario). Dejemos que la propia Kübler-Ross lo relate:

La vida sencilla de la granja lo era todo para mí. Nada me relajaba más después de un largo trayecto en avión que llegar al serpenteante camino que subía hasta mi casa. El silencio de la noche era más sedante que un somnífero. Por la mañana me despertaba la sinfonía que componían vacas, caballos, pollos, cerdos, asnos, hablando cada uno en su lengua. Su bullicio era la forma de darme la bienvenida. Los campos se extendían hasta donde alcanzaba mi vista, brillantes con el rocío recién caído. Los viejos árboles me ofrecían su silenciosa sabiduría...
Mi vida.
Mi alma estaba allí.
Entonces, el 6 de octubre de 1994 me incendiaron la casa.
Se quemó toda entera, hasta el suelo, y fue una pérdida total para mí. El fuego destruyó todos mis papeles. Todo lo que poseía se transformó en cenizas.

Vecinos del lugar y grupos reaccionarios de la zona, molestos por la concentración de moribundos y niños enfermos que implicaba la presencia del centro de Kübler-Ross, intentaron eliminar lo que no soportaban ver: su propio dolor y su propia muerte. En agosto de 1994, dos meses antes del incendio, Quirón en tránsito tocaba la cúspide de casa VII natal, inaugurando un período que se extendería hasta comienzos de 1997, haciendo al mismo tiempo cuadratura a Venus natal: momento propicio para hacer contacto con la herida y el dolor de la pérdida desde el escenario de los vínculos complementarios y el encuentro con los otros (y, en terminología clásica, “de los enemigos visibles”).
El sanador herido es una imagen mítica que nos recuerda que ese dolor en el que desarrollamos una profunda sabiduría desde la que despertamos la capacidad de curarlo en los demás, nunca termina de ser curado en nosotros mismos. En este sentido, Kübler-Ross enseñó, con amor y contención, a miles de personas a aceptar su muerte, a atravesarla de un modo natural; sin embargo, su propia muerte representó una vivencia compleja que la llevó a expresar:

La muerte es esencialmente una experiencia maravillosa y positiva, pero el proceso de morir, cuando se lo prolonga como el mío, es una pesadilla... Sé que si dejara de sentirme amargada, furiosa y resentida por mi estado y dijera sí a este final de mi vida, podría despegar, vivir en un lugar mejor y llevar una vida mejor. Pero como soy muy tozuda y desafiante, tengo que aprender mis últimas lecciones del modo difícil. Igual que todos los demás.
Frida Kahlo
Su carta muestra a Quirón en Acuario y en casa VI, sin aspectos relevantes. Por Acuario, la herida quironiana aparece asociada a la expresión de la creatividad y la libertad, la cualidad de innovación y renovación, mientras que por casa VI la experiencia del dolor tiende a manifestarse en temas ligados a la adaptación funcional al medio ambiente, a la salud física y psicológica, a las actividades de servicio.
Frida Kahlo es una de artistas americanas más reconocidas y resulta muy interesante seguir el rastro de cómo se manifiesta tal vocación por el arte en su vida, ya que Quirón aporta una información valiosa al respecto.
Kahlo nació en México. A los cinco años de edad enferma de poliomielitis, permaneciendo nueve meses convaleciente. Su pierna derecha adelgaza y el pié se queda atrás en el crecimiento, dándole el apodo de “Frida, la coja”.
En su adolescencia, se une a la juventud comunista seducida por vientos de cambio de la época y por el movimiento cultural llamado “Mexicanismo”, que pone en marcha la lucha contra el analfabetismo y a favor de la igualdad social, la integración indígena y la recuperación de lo autóctono. Interesada por las ciencias naturales, la biología, la zoología y la anatomía, decide estudiar la carrera de medicina.
Pero en 1925 habrá de ocurrir un hecho traumático que cambiará el curso de su vida: en un accidente de tranvía que provoca varios muertos y heridos, Frida es atravesada en la zona abdominal por un pasamanos. La gravedad de la herida la tiene convaleciente durante dos años, y nunca pudo recuperarse definitivamente.
Durante nueve meses debe usar un corsé debido a la rotura de una vértebra lumbar. Inmovilizada para su recuperación, Frida se refugia en la lectura, en particular acerca de la Revolución Rusa y sus ideales, y en la pintura, adaptando un caballete a su cama y colocando un espejo para usarse a sí misma como modelo. En poco tiempo la pintura se convertirá en el centro de su vida.
Sufre múltiples operaciones, pero su deterioro físico resulta irreversible. Anhela poder desarrollar una actividad política y experimentar la maternidad para convertirse en “la mujer de Diego Rivera”, aún cuando significara abandonar la pintura. Sin embargo, su físico no se lo permite. Sufre dos abortos, uno de ellos con riesgo de muerte, y finalmente resigna su deseo. Progresivamente, el destino conduce a que Frida permanezca postrada en su cama, pintando.
En el caso de Frida, la posición de Quirón en VI parece manifestarse con toda nitidez. La “herida que no cierra” es su propia salud física, afectada tempranamente por la poliomielitis y marcada en forma definitiva por el accidente. Desde la teoría, su primera opción vocacional, la medicina, parece muy apropiada para el talento de curar explícitamente la salud física de los otros que podemos adjudicarle a Quirón en VI.
Sin embargo, Frida no desarrollo una carrera como médica, sino que respondió al llamado de la casa opuesta: la XII. Lo que parece haberle dado sentido a su dolor, al padecimiento del deterioro de su salud física, ha sido expresar en imágenes su sufrimiento. Y no resultó simplemente un modo catártico de sobrellevar su herida, sino que con sus cuadros, con la potencia de esas imágenes, logró una resonancia colectiva impensada, una empatía con el dolor humano, ya no simplemente “de Frida”. Y esta profunda compasión humana que inspiran sus obras, en verdad, supera toda barrera ideológica, va más allá del mundo de las ideas y de las posiciones políticas. Sus imágenes impactan en el inconsciente colectivo y se inscriben, más allá de que Frida se lo haya propuesto no, en una dimensión sagrada de la experiencia humana del dolor.
Estela de Carlotto
Su carta muestra a Quirón en Tauro, en casa V, con aspectos de quincuncio a Mercurio y de sextíl a la conjunción Júpiter-Plutón.
Ya hemos comentado en el caso de Kübler-Ross que Quirón en Tauro sugiere que la herida quironiana tendrá que ver con el contacto con la fuerza de la vida, con la potencia y disfrute de los sentidos corporales y su capacidad de convertir talentos potenciales en recursos materiales.
Por su parte, Quirón en casa V nos habla acerca de que el dolor desde el cual emergerá un profundo sentido vital se vincula a la temática de la expresión creadora, los hijos, la capacidad de distinguirnos como seres singulares y las actividades que llevamos a cabo de corazón, sin que intermedie especulación de beneficio personal. Ahora bien, considerando el personaje, cobra relieve la casa opuesta y su temática: la participación en grupos sociales, en redes vinculares, organizaciones y sistemas, en la interacción con otros y el desarrollo de conciencia grupal. Del mismo modo, el aspecto de Quirón con Mercurio resulta significativo al considerar que es el regente del Medio Cielo y vincula a la función quironiana con el lugar que a ocupa en la sociedad, a la experiencia del dolor con la posición social desde la se obtiene reconocimiento y honores; por su parte, el sextíl a Júpiter-Plutón remite al aprendizaje de un sentido que brota del dolor, de una dirección vital que se revela en la existencia a partir de atravesar situaciones que llevan al límite de lo que se cree soportar.
Como argentinos, todos conocemos la historia de Estela. Habiéndose propuesto una vida sencilla, simple y anónima, la experiencia del dolor la lleva a un destino impensado. En el año 1977 su hija Laura es secuestrada, embarazada de quien sería su nieto, por fuerzas paramilitares y detenida en un centro clandestino. Allí da a luz al un niño y luego es ejecutada, sin que se brinde ninguna información oficial. A Estela le es devuelto el cuerpo de su hija, se le miente respecto a los sucesos de su muerte y se le niega la existencia de su nieto, quien es entregado en forma secreta e ilegal a una familia.
Hacia 1977 Quirón transitaba nuevamente la casa V. Había alcanzado la cúspide en 1974, iniciando un largo transito por esa casa (hasta 1983, el fin de la dictadura militar) durante el cual haría oposición al Sol (1976-1977) y oposición a la Luna (1978). El tránsito de Quirón al Sol natal es sincrónico con el secuestro de Laura, un momento en el que la identidad de Estela -aquella que creía ser y con quien estaba identificada- se ve conmovida por el impacto traumático que la expone a la situación de transformarse y despertar a un talento desconocido, a una capacidad resiliente hasta ahora no actualizada, o quedar atrapada en la victimización y el resentimiento. Mientras que el tránsito de Quirón a la Luna es sincrónico a la muerte de Laura y posterior entrega de su cuerpo. Este es el momento de su ingreso a Madres de Plaza de Mayo, que dará origen luego a un compromiso cada vez mayor con el florecimiento de su potencial de resiliencia, más plenamente conformado hacia el momento del retorno de Quirón (1980) y su concentración en la labor de restitución de nietos con Abuelas de Plaza de Mayo.
A partir de aquel episodio traumático la vida de Estela se transforma. La experiencia de Quirón en casa V, el dolor de la pérdida de una hija y la herida abierta de no conocer el paradero de su nieto, la lleva a hacer contacto con un padecimiento al que sólo pudo encontrarle sentido desarrollando temas de casa XI: no concentrarse exclusivamente en la búsqueda de su nieto, sino organizar un grupo de abuelas que como ella sufrían esa ausencia. De este modo, Estela fue descubriéndose a sí misma como líder de una red, de un conjunto de individuos que multiplicaban su fuerza agrupándose, colaborando solidariamente para sostenerse en el dolor y obtener información que les permita saber de sus nietos.
Aunque su propia herida no ha sido curada (su propio nieto aún no ha sido recuperado), a través de Abuelas de Plaza de Mayo, la red que generó y conduce, ha logrado ser un efectivo agente resiliente y encontrar a decenas de otros nietos, curando el dolor de otros y, acaso, curando su propio dolor en esa entrega.

Bibliografía

Alcoba, M.-Azicri C.-Molina C.
Curso de astrología (tomo I). Kier, Buenos Aires, 2005

Cyrulnik, Boris.
Los patitos feos. Gedisa, Barcelona, 2006.
El amor que nos cura. Gedisa, Barcelona, 2006.

Frankl, Viktor.
El hombre en busca de sentido. Heider, 2005

Grün, Anselm.
Luchar y amar. San Pablo, Buenos Aires, 2006.
¿Por qué a mí? Ágape y otros, Buenois Aires, 2006

Kubler-Ross, Elisabeth.
La rueda de la vida. Byblos, Barcelona, 2004.

Maslow, Abraham.
La personalidad creadora. Kairós, Barcelona, 2003.
El hombre autorrealizado. Kairós, Barcelona, 2003.

Reinhart, Melaine.
Significado y simbolismo de Quirón. Ed. Urano, Barcelona, 1991.

Rogers, Carl.
El camino del ser. Kairós-Troquél, Buenios Aires, 1989.

Sasportas, Howard.
Las doce casas. Ed. Urano, Barcelona, 1987.

Smith, Huston.
La percepción divina. Kairós, Barcelona, 2000.

Comentarios