Diego de Torres Villarroel


Diego de Torres Villarroel, (1694-1770) fue un escritor,  poeta,  dramaturgo  médico,  matemático,  sacerdote y catedrático de la Universidad de Salamanca, posiblemente el autor más atractivo de la primera mitad del siglo XVIII español: original, complejo, dotado de un vitalismo desbordante de signo transgresor, gran dominador del lenguaje y autor de una producción amplísima. Fue un espíritu moderno que ejemplifica la complejidad, luchas e incertidumbres de la encrucijada histórica de su época.

Parte de la leyenda de Torres tiene que ver con sus profecías, a las que —siempre a posteriori— se le atribuyeron notables aciertos. Publicaba todos los años un Almanaque que le proporcionaba importantes ingresos y donde insertaba villarroel l2 pronósticos bajo el seudónimo de El gran Piscator de Salamanca. En el Almanaque de 1724 pronosticó con acierto la muerte del joven rey Luis I de Borbón (1707-1724, El Bien Amado rey de España durante 229 días, el más efímero de la historia española, sin contar a Felipe el Hermoso), que falleció el 31 de agosto de ese mismo año: Había profetizado que moriría en “el rigor del verano de 1724“. También se dijo que vaticinó el Motín de Esquilache (marzo de 1766) y un pliego tardío parece pronosticar la Revolución Francesa, iniciada un día como hoy, 14 de julio, de 1789 con el asalto o Toma de la Bastilla.

Esta es la forma en la que aparece la Revolución (supuestamente) en el texto de Villarroel:

Cuando los mil contarás
Con los trescientos doblados
Y cincuenta duplicados,
Con los nueve dieces más,
Entonces, tú lo verás,
Mísera Francia, te espera
Tu calamidad postrera
Con tu rey y tu delfín,
Y tendrá entonces su fin
Tu mayor gloria primera.

Esta serendipia se explica de esta forma: 1000 + (300 x 2) + (50 x 2) + (9 x 10) = 1790, año en plena Revolución francesa.

En fin, Torres consiguió esquivar las fuertes embestidas, e incluso se recreó en la suerte. Sacudimiento de mentecatos (1726) fue un desahogo de autobiografismo desatado; una confesión de contundente y provocativa sinceridad, que proclama desafiante ante el mundo un sistema individualista de valores, centrado en el gozo de la vida, con resonancias subversivas de intensidad no igualada en otras páginas de las obras mayores del autor.

Fue seguramente este exceso el que provocó la caída. Su incontrolable independencia lo convierte en huésped molesto de la Corte, y recibe poderosas presiones para abandonarla y orientar su vida profesional por cauces más tradicionales y menos libres. La inteligencia diplomática de quien representó al poder en aquella ocasión (el obispo de Sigüenza, presidente del Real Consejo de Castilla) hizo incruenta su derrota. Pero el salmantino vivió su expulsión de Madrid como si lo hubieran desterrado del paraíso.

Se burló de todo lo que pudo siempre con aire desenfadado, provocando odios y envidias que lo llevó a diferentes destierros. Su personalidad queda reflejada en sus escritos, sobre todo en su Vida, titulada en la época Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del Doctor Don Diego de Torres Villarroel, catedrático de prima de matemáticas en la Universidad de Salamanca, escrita por él mismo (1743, con sucesivas ampliaciones posteriores), dividido en seis “trozos” que corresponden cada uno a una década y donde, con todo el material de su propia biografía, da forma a una novela picaresca, sin imitar como en otras de sus obras el estilo de Quevedo, sino mostrando un estilo más castizo, llano, espontáneo y natural.

Fue un hombre muy culto debido a su gran curiosidad, que junto con su fisonomía extraña y rara fascinaba a unos y repelía otros. Se situó entre la ciencia barroca y la ilustrada de los Novatores.

Vivió sus últimos años en el Palacio de Monterrey, como administrador del Duque de Alba, rodeado de familiares a los que mantenía y volcado caritativamente en ayuda del Hospital de Nuestra Señora del Amparo. Se le atribuye la frase, “prueba en dar algo a tu prójimo, que puede ser que te sepa mejor distribuir que amontonar.”

A fines de 1767, la repentina muerte de su querido sobrino Isidoro, que le había sucedido en la cátedra y en la fabricación de almanaques, y que había llenado en su vida el vacío del hijo que nunca tuvo, desgarró definitivamente su corazón. Murió el 19 de junio de 1770 en Salamanca.

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